Ocurrió el 30 de marzo de 1996. Trece presos intentan escaparse del penal de Sierra Chica, y uno de ellos cae muerto. La jugada les había salido mal, aunque sin embargo los restantes decidieron amotinarse en repudio a lo sucedido. Se contaron, y se dieron cuenta que eran doce, por lo cual surgió el apelativo de “Los 12 apóstoles”. Tomaron rehenes y empezaron a negociar de la peor manera: mataron a ocho internos, acusados de ser los informantes de la policía. Tomaron como rehenes hasta a la jueza que intentó negociar. Pronto, los 12 apóstoles recibieron el apoyo de los presos de las demás cárceles y alrededor de 30 mil reos se amotinaron al mismo tiempo, aunque la parte más fuerte seguía estando en Sierra Chica. Si usted, estimado lector, se impresiona fácilmente, no lea lo siguiente. Cuenta la historia que dos de los amotinados necesitaban seguir vengándose, por lo cual fueron más allá: quisieron jugarle una broma a tres de los guardias que ellos tenían como rehenes. Agarraron a uno de los presos que ya estaba muerto, y comenzaron un acto caníbal: lo cortaron en pedazos, lo pasaron por la picadora de carne e hicieron empanadas con su cuerpo, y con las tapas que amasaban los propios presos en la panadería del penal. Las pusieron en la heladera y, después de unas horas, las calentaron, las sirvieron en un plato y, cordialmente, fueron a llevárselas a los guardias. Uno desconfió y apenas probó bocado, pero alentado por sus otros dos compañeros, siguió. Cuando uno de ellos comió la segunda, los apóstoles no soportaron la risa: se fueron alejando y les contaron la verdad. Las arcadas y vómitos aparecieron al instante. Uno de los guardias se recostó y no comió absolutamente nada hasta el final del motín, que duró ochos días. Ya había comido demasiado. Misteriosamente, el levantamiento se terminó, los presos fueron trasladados a la cárcel de Devoto y rieron al escuchar la pena de no más de 15 años. Algunos de ellos ya están libres.
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